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Nuestros desechos orgánicos tienen dos posibles destinos:
 

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La basura ideológica

La sociedad moderna e industrializada, más que progreso, es la sociedad de las crisis. El modelo civilizatorio del capitalismo y sus bases propias del extractivismo ha convertido a las comunidades rurales en botaderos a cielo abierto. El negligente manejo de los residuos ha significado un problema local, regional y de escala planetaria, pues a falta de mecanismos eficientes para controlar los desechos y debido a una cultura de consumo acelerado, hoy en día, tenemos un octavo continente de basuras ubicado al noreste del océano pacífico y extendido por alrededor de 3.4 millones de km2. Realmente, el problema del desperdicio, más allá del reciclaje tiene que ver con los hábitos insostenibles del consumo urbano, la basura como concepto corresponde al modelo de producción lineal y la idea de que otros siempre podrán hacerse cargo de nuestra basura.  

El problema ecológico es igualmente un problema de clase, siendo Estados Unidos, China e India los países más industrializados, también son los que más desechos generan y, cuyo habitus de clase de las élites consumistas representa una ilusoria idea de progreso reproducida por el marketing y los productos culturales. Para Jürgen Schuldt (2013), vivimos en la civilización del desperdicio, el modelo civilizatorio actual genera las condiciones perfectas para el enriquecimiento acelerado de unas pocas élites, el empobrecimiento sistémico del resto de la población y la destrucción del medio ambiente. 

“La basura es un reflejo de los modelos societales, de sus estructuras productivas, reproductivas y relaciones de poder” (Solíz, 2017, p. 26) 

Se podría decir que el ecologismo como el pensamiento político de los ambientalistas es una herramienta necesaria para repensar la basura. Sin embargo, existen tres corrientes del ecologismo sobre las cuales vale la pena reflexionar su vigencia, diferencia y utilidad. Inicialmente, la corriente conservacionista de corte antropocentrista aparta la condición humana de la Naturaleza. En esta, el reciclaje es considerada la única manera de salvar al mundo sin considerar una crítica al modo de producción capitalista. Además, el discurso del reciclaje suele ser bien utilizado por los intereses privados de las multinacionales. Por otro lado, el ecologismo ecoeficientista está directamente relacionado con el aparto tecnológico como un mecanismo para afrontar la crisis ambiental. Curiosamente, esta corriente desconoce que “la intensificación de fuerzas tecnológicas destructivas es responsable y reproduce la inequidad social y climática” (Solíz, 2017, p.22). Al igual que la anterior, no cuestiona, sino que perpetúa el modo de producción. Finalmente, el ecologismo popular como una apuesta biocentrista es una corriente más coherente con la estrecha relación entre los seres humanos y la Naturaleza, de modo que su base política está construida horizontalmente entre comunidades. Esta última corriente, a diferencia de las anteriores, puede significar un determinante cambio de paradigma en la construcción de políticas públicas y esfuerzos comunitarios como la paca digestora de cara a la emergencia ambiental.  

Asimismo, hablar categóricamente de emergencia o crisis ambiental y no de cambio climático significa reconocer que como sociedad nos estamos enterrando aceleradamente en basura. Ahora, los Derechos de la Naturaleza vinculados esencialmente con los Derechos Humanos representan una posibilidad para el cambio de modelo civilizatorio, en el que la reproducción de la vida y no del capital sea el punto de referencia del progreso. 

La subyugación de la tierra al hombre es lo que ha permitido que sus suelos se hagan infértiles, sus aguas se contaminen y sus aires sean irrespirables para los múltiples seres que cohabitan con nosotros este planeta. Ha sido en las raíces filosóficas del pensamiento judeocristiano consolidadas de manera utilitarista en la modernidad lo que nos ha disociado de esto que nos permite ser humanos, lo que nos ha puesto en la cúspide de la escala jerárquica de la existencia, lo que nos ha dado el derecho de autoproclamar a todo lo que el ser humano ha pisado como propiedad general de la humanidad y lo que nos ha hecho creer que la felicidad está en el desarrollo acompañado del crecimiento económico. Nos ha dejado una humanidad sin límites.  

Sin embargo, en cada coyuntura la humanidad se ha permitido pensarse formas más éticas de habitar en armonía con los otros, la paca, las huertas, el reciclaje y el compostaje son prueba de ello también. Dejar de hablar de apropiación de la tierra y comenzar a hablar de vida en la tierra significaría establecer los cimientos de una justicia social y ambiental encaminada a reconocer los Derechos de la Naturaleza como un ente tan valioso como nosotros, que merece de nuestra racionalidad una herramienta decidida a aportar un equilibrio medioambiental y no una excusa para seguir unilateralmente beneficiándonos de ella.  

Es más vigente ahora que nunca movilizarnos políticamente por las responsabilidades que tiene el ser humano ante la crisis medioambiental, empezando por problematizar el consumo que nos tiene deforestados, contaminados y con la basura hasta el cuello.

Referencias: 

AFP. (2013). El continente basura. 

Boyd, D. (2020). Los Derechos de la Naturaleza: Una revolución ilegal que podría salvar el mundo. 

Schuldt, J. (2013). Civilización del desperdicio: Psicoeconomía del consumidor. Universidad del Pacífico. 

Solíz, Ma, F. (2017). Ecología política de la basura: Pensando los residuos desde el Sur. 

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